jueves, 13 de noviembre de 2008

con un ojo digital


Las cámaras analógicas permitían ver ese otro mundo. Te forzaban a poner tu pupila detras del visor, y a esperar agazapado desde allí el momento adecuado para disparar. Nunca he cazado, no sé si el sentimiento tiene algo que ver con apretar un gatillo... Por lo menos con la cámara el tiempo de los demás no se altera, sólo el propio. Es un instante el que que queda impregnado en el negativo.


Un instante puede ser una milésima o varios segundos, y ambos caben en un mismo negativo. Ese carrete, una vez que ha engullido todos los instantes elegidos, se extrae del cuerpo, como en un alumbramiento, y se revela. Existe un tiempo de espera- a excepción de la polaroid, pero ya nos queda poco tiempo de disfrutarla, snif-, como en los pasillos del hospital, hasta poder ver si nuestro objetivo se ha conseguido. A menudo vienen sorpresas, será cosa de la naturaleza, y con frecuencia son agradables.

No es que esté en contra de la fotografía digital. En realidad mi pobre minolta hace tiempo que no sale de su bolsa, y una jovencísima ricoh con visor extraible - que casi siempre dejo en casa- me acompaña en mis paseos. Podría usar su visor, pero en el momento en que puedo repetir una fotografía parece que el mimo no es el mismo. Las fotos me salen mucho mejor, ahora las puedo retocar con facilidad... pero han perdido la magia.

Hace un tiempo me regalaron esta monada que, espero, me ayude a recuperarla. Todavía no he revelado el primer carrete.

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