jueves, 4 de diciembre de 2008

uno entre todos los extraños


El metro, lugar de casualidades donde seguramente muchos matemáticos se han planteado fórmulas con que calcular la probabilidad de cruzarse con un conocido, y quizá también la de que este conocido te ignore, y viceversa.
Soy tan mala recordando nombres... como con todo lo que tenga que ver con la memoria.
Sí recuerdo quién es él, o quién era. Me llama la atención encontrármelo aún en la ciudad, en las fauces del suburbano precisamente. Siempre se mostraba tan vulnerable, tan débil... Me pregunto cómo habrá sido su vida entre calles paralelas a las mías, si seguirá persiguiendo hombres maduros que le dominen, y tratando de conseguir que su cuerpo sea perfecto a base de poca comida y demasiados rayos UVA.
Recuerdo que le gustaban los deportes, el tenis, sobretodo -pensaba yo entonces- por ver correr a los deportistas. Nunca le ví futuro en esta profesión, ni en otra, porque no hacía nada: no escribía, no acudía a las clases, ni siquiera se molestaba en pedir apuntes por pura timidez, y por miedo a que alguien le tratara mal. Los exámenes se los inventaba, no con buena imaginación.
Ahora, sentado casi frente a mí, le noto saludable, más que la última vez, en que creí que una leve brisa le tiraría al suelo. Sigue delgado, viste de blanco de cintura para abajo, con un jersey en tonos claros. Su piel, como siempre, morena. El mismo corte de pelo. La mirada un poco más adulta, pero porque, absorto en sus pensamientos, se mantiene serio. Si me reconociese, sonreiría y volvería a parecer un adolescente, de esa manera en que lo hacen muchos homosexuales con complejo de lolita. Él falsea su simpatía hasta resultar, principalmente, más desvalido.
Nunca le conocí, porque sólo es una imagen de otra persona, un producto creado por él y para él. No era mala gente, pero estaba perdido en su propia búsqueda.
Sigo sin recordar su nombre.

Llego a mi destino.

No hay comentarios: