
Mientras sigue el berrinche, un hombre se sienta en el mismo banco donde la anciana se ha detenido a descansar con el niño. Ella está ya cansada de la vida, y soportar al cabezota de su nieto no es fácil para sus déebiles huesos. Camina encorvada, y no puede correr detras del crío. El hombre se sienta en el otro extremo del banco y observa al pequeño, le da conversación, a un niño de dos años gritando y sollozando. Lo único que consigue es asustarle, al igual que a la abuela y a todos los que están alrededor. Un hombre solo, con aspecto de solterón, de unos 50 años, sentándose afable en medio de ninguna parte a calmar a un chavalín que no conoce, ni es frecuente ni quizá por eso es visto con normalidad. La mujer se levanta, tira del niño, y se aleja. El hombre pasa al olvido del que vino, alejándose a su vez por otro camino. De fondo, el niño llorando, sus lágrimas empapándole la camiseta. El chaval tiene aspecto de listo. No tiene la cara llena de mocos. A pesar del disgusto, parece sereno. Lo único que quiere es su caramelo y hará lo que le han enseñado para conseguirlo porque sabe que nunca falla.
En el futuro, cuando sea mayor, quizá recuerde estos ratos y lamente lo mal que lo está pasando su abuela. Pero también es posible que para entonces ella ya esté muerta, y que nunca nadie le agradezca el esfuerzo que ha hecho hoy. Ella, en un momento de desesperación, con lágrimas en los ojos, le ha dado un cachete en el culo. La culpabilidad se correspondió con la poca fuerza del gesto y el canijo ni siquiera se inmutó, tan concentrado estaba en mantener el espectáculo. Será verdad que nadie puede prever cómo será este chaval cuando sea adulto, pero si su abuela no lo consigue, espero que alguien le espabile en el camino.
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