jueves, 2 de abril de 2009

Lisa y llanamente España

Como si del Tío Paquete se tratara, un hombre grotesco, de palabras masculladas y de cuerpo enmohecido, trajina en la nada de un bar del centro. Murmura gemidos que quieren ser frases y desplaza su corpulento torso cual saco de harapos entre los desaventurados clientes de las 6 de la tarde, sin tocar, pero sin ceder. Su compañera, reflejo poco femenino de un individuo que ya de por si no me parece ni humano, espeta al camarero que la llame "señorita, que me mantengo virgen hasta el matrimonio por decisión propia, para eso soy muy antigua, así que trátame con respeto". Canosa y desafortunada ilusa. Ambos se afanan en engullir un plato de mal jamón peor cortado, tragando a duras penas gracias a los lingotazos del whisky que, medio en amenaza medio a modo de disculpa, garantizan haber abonado ya.

A pesar de las burdas formas, o precisamente por ellas, el dueño del local se entrega de la misma guisa a invitarles a otra copa, ésta de vino de la casa, para calmar el malentendido de las recién cobradas sin el permiso de tan estimados clientes. Lo más espectacular de esta escena costumbrista es la naturalidad con que dicho dueño, especialmente, y el foráneo camarero, en cuya expresión sí se atisba todavía el recuerdo de lo que es el aire puro, mantienen el ánimo. Farfulladores natos a la altura de las circustancias, resuelven sus tejemanejes frente a la oscura sombra de la máquina registradora para recuperar en pocos segundos una sonrisa que de añeja resulta espontánea, y asusta.

Un Madrid que no deja de sorprender. Una España profunda y anacrónica, pero que nos roza la piel y dentellea en nuestros huesos por mucho que nos empeñemos en un progreso inventado de trajes impolutos y cabello engominado.

Lamento no tener una estampa más elocuente. La cámara hoy me la dejé en casa, pero aunque la hubiera llevado conmigo, entenderéis que dudo que hubiese encontrado el valor de encenderla dentro de ese biotopo.

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